El término contemplar deriva de “observar”. El templum era el lugar en donde los augures etruscos y antiguos romanos hacían sus observaciones adivinatorias, primero en el bosque (observando los pájaros y los fenómenos de la naturaleza) y, luego, en otros “templos” o “espacios sagrados”.
La idea de quedarnos quietos y observar es interesante. Esto es, hacer un alto en nuestras vidas, mirar a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, observar-contemplar lo que sucede. Me parece que la contemplación es un acto que nutre nuestra libertad y responsabilidad existencial, es una pena que estemos olvidando cómo hacerlo.
Darnos tiempo para observar-contemplar constituye, a mi juicio, un paso efectivo hacia una libertad que no es ilusoria, hacia una sabiduría sencilla que libera.
Cualquier momento puede ser apto para ello: la ducha matinal, comernos una naranja, esperar el metro, caminar hacia el trabajo, pasear con nuestro perro, preparar una comida…
En Santiago de Chile es común encontrar en las esquinas de las calles de mayor tráfico a jóvenes practicantes de malabarismo y artes circenses. Ellos ponen una pausa alegre a la hora del taco y nos generan admiración por el dominio -cada vez mayor- que se puede observar en su trabajo con el cuerpo. Ellos siempre sonríen, es como si estuviesen practicando las artes meditativas de Abya Yala, o del Oriente. Esa pausa es algo que uno agradece.
Alfredo Molina (2017)